Volver de un viaje suele ser un poco deprimente. O al menos en mi caso lo es. La parte buena de esa tristeza es que siempre decido tomarme las cosas con más calma y buscar belleza en lo cotidiano cuando dejo de ser turista en una ciudad lejana y vuelvo a ser residente en la mía.
Esta colección es un poquito de todo eso.
Algo para ver: Overcompensating
Creo que me había salido un pedacito de la serie en Reels y, cuando terminé El eternauta un día a las 8 de la noche, se me ocurrió que esta serie podía ser una buena opción para seguir mi consumo audiovisual. Original de Amazon Prime y estrenada a mediados de mayo, la historia sigue a Benny y a Carmen en su primer año de universidad.
La serie, que podría ser un mix de Heartstopper con The Sex Lives of College Girls aborda de manera muy liviana temas muy pesados, como lo son “salir del clóset” o lidiar con el duelo de un familiar cercano. En el fondo, creo que la serie habla sobre aceptarse como una es -acaso la tarea más importante y complicada- y resulta divertido de ver.
En vez de ir a los lugares comunes, la serie juega con ellos. Se ríe de los chicos de las fraternidades, las chicas de sororidad, de las 365 Party Girl, pero también de la comunidad LGBTIQ+ (la escena en que Carmen le enseña a Benny a ser gay inhalando popper es muy chistosa) o de la poliamorosa.
Lo otro que me gustó es que todos los personajes son un poco grises moralmente. Quizás porque todos están intentando sobrevivir a su primer año de universidad y eso, en mi experiencia, te vuelve un poco egoísta. Mienten, traicionan, confunden, maltratan, sienten. Son humanos y eso es lo que lo hace ligero de ver.
Algo para hacer: ir a un Centro Cultural
En mi viaje por Guatemala fui a una cantidad importante de museos, ruinas e iglesias, entre otros espacios culturales. Cuando volví a Chile me dediqué los primeros días -por suerte era feriado- a ignorar todo y pasear por la ciudad. Caminé por galerías antiguas, tiendas de libros, iglesias y así, de a poquito, superé mi post travel blues.
Justo ese fin de semana se celebró en el país el Día de los Patrimonios, una fecha especial en donde muchos espacios culturales abren sus puertas para recibir visitantes u organizan actividades. La fecha siempre es un éxito, tanto así que en su cuenta pública el Presidente decretó un segundo Día de los Patrimonios en verano.
Como muchas personas en redes sociales hicieron notar, la mayoría de esos espacios por los que las personas hacen filas de horas, están abiertos y tienen programación todo el año ¿Qué recomiendo entonces? Buscar espacios cercanos y visitarlos. No es necesario hacer un gran panorama al rededor. Puedes incorporarlo en lo cotidiano: Ir un día después del trabajo si sales un poco más temprano o pasar antes de ir a hacer las compras del supermercado el fin de semana.

Sé que es más fácil decir que hacer. En la práctica, siempre hay tanto que ocupa el tiempo -la pila de ropa por lavar, los platos que limpiar, la pila de ropa por doblar, los platos por guardar-, pero en el último año me ha interesado cada vez más el tema de la pérdida de los “terceros lugares” y muchas veces estos centros culturales representan un espacio gratuito, accesible y cómodo en el que poder reunirse, conversar y pasar tiempo.
Durante mi viaje, visité el Centro Cultural Español. Algo que pensé fue que probablemente, en una especie de reparación histórica, el país se esfuerza por desarrollar este tipo de espacios en los países que anteriormente colonizó. Aquí en Santiago, en Providencia, encontré el mismo centro, con una exposición sobre feminismo. El centro tenía mesas cómodas para el trabajo, una terraza, una máquina de café y una biblioteca pronta a abrir. Se me ocurrió que es un buen espacio para ir a escribir sin tener que comprar un café cada media hora. Espero poder ir pronto.
Algo para escuchar: El silencio
Juro que no estoy intentando ser una white-hippie insoportable.
En el aeropuerto leí esta pieza de Substack y me hizo reflexionar bastante sobre el tema del ruido y el silencio. La ciudad está plagada de sonidos y muchas veces, para intentar huir de ellos, pongo otros encima: calmo el ruido de los autos, de las micros y el metro, de las personas hablando y de los celulares en los que se ven reels a todo volumen, con audífonos y música.
Este mes he estado haciendo el ejercicio consciente de caminar sin música. De habitar los espacios comunes sin música o sin tener la cara pegada al teléfono. No siempre lo practico, pero más veces sí que no. Quiero estar atenta a lo que ocurre en mi entorno, poder maravillarme con las cosas pequeñas del día a día que una se pierde si se encierra en su propio mundo. También quiero tener espacio para pensar y sentir por mí misma, sin una melodía o una letra que esté, de una forma u otra, influenciando todo el tiempo cómo me siento.

Otra cosa que me gustaría intentar es quedarme callada. Suena medio ridículo, lo sé, pero no hablo de un silent retreat, que es otra forma que encontró el capitalismo de monetizar algo que todos podemos hacer gratis -igual que el grounding, que es caminar descalza, o el breathwork, que es respirar-, sino de poder ejercitar ese refrán que dice que las personas sabias escuchan mucho más de lo que hablan.
Siempre me ha gustado desafiar ese dicho machista del “calladita te ves más bonita”. Me gusta que uno de los pocos avances que hemos podido conseguir en términos de género y democracia sea poder hablar y expresar lo que pienso relativamente en cualquier momento o lugar. No es que vaya a dejar de hacerlo, es solo que a veces llego un poco agotada de los eventos sociales y me doy cuenta de que hablé más de lo que quería o me interesaba.
Vamos a ver qué tanto me dura, porque últimamente he tenido ganas de volver a hacer podcast. Quién sabe.